EL AMOR  NO  REQUIERE  QUE  DOS   PERSONAS  SE  MIREN  ENTRE  SÍ.   PERO  SI,   QUE  MIREN JUNTOS  EN  LA MISMA DIRECCIÓN.

A. de Saint-Exupéry

 

   

 

 

Atrapadas entre dos géneros

 A menudo se habla de la tragedia que les toca vivir a las personas transexuales. Su vida es un auténtico calvario desde que son conscientes que su sexualidad mental no coincide con la biológica.

 Es no menos cierto que aún una vez sometidas a una reasignación de sexo su vida seguirá padeciendo otro tipo de castigos: incomprensión social, rechazo familiar, pérdida de antiguas amistades, trabajo, etc.

 Sin embargo poco se habla de la tragedia del travestismo.

 Aún admitiendo que es cierto el padecimiento de la persona transexual, digamos que su infierno mental desaparece cuando, por fin, encuentran el equilibrio deseado una vez que, reunido la cantidad de dinero requerida para el proceso, se someten al tratamiento y superan exitosamente la fase de reasignación de género. Esto no sucede con el travesti.

 La mayoría de los travestis son personas que jamás pasarán por esta fase, ya que no consideran que su género no sea el correcto. No sufren porque crean que tenían que haber nacido mujer o al contrario (aunque el porcentaje de travestis femeninos es ínfimo comparado con el masculino) sino porque no se sienten ni una cosa ni otra, algunos ni las dos a la vez. Muchos experimentan el travestismo por episodios o temporadas, por ciclos, otros lo viven cotidianamente, otros lo practican de vez en cuando, etc., pero lo realmente difícil es llegar a combinar ambas tendencias conjugándolas al mismo tiempo en cada faceta de la vida.

 A esto hay que sumar que la gran mayoría de los travestis son hombres comúnmente heterosexuales, luego su vida en pareja se desarrollará en compañía de una mujer con la que, en teoría, deberán compartir su "secreto" y con la que, posiblemente, formen una familia.

 Hablaba el otro día nuestra compañera Sol que la "depresión travestí" está motivada por lo anterior, es decir, el travesti nunca será mujer, pero tampoco será un auténtico macho dominante. No será lo que se llama un prototipo de varonilidad ya que en su personalidad arrastra multitud de rasgos femeninos en comportamiento, sensibilidad, comprensión y, en algunos casos, hasta rasgos físicos.

 El travesti, por lo tanto, se haya entre dos géneros sin poder decantarse por ninguno. Tendrá que vivir como hombre sintiéndose en gran parte mujer. Se hallará en la encrucijada de vivir su sexualidad a escondidas o confesárselo a sus seres más queridos con el riesgo que esto supone por la incomprensión.

 Para mí, éste es un sufrimiento más profundo que el transexual por el mero hecho de su irresolubilidad. El travestismo no tiene cura y tampoco da pie a ninguna intervención de reasignación de género. Es un punto intermedio, con multitud de variantes y grados, entre un género y otro.

 El travesti habrá de asumir su condición y vivir con ello lo más dignamente posible, sopesando cada paso que decida dar e intentando sacar los aspectos más positivos de tal condición.

 Es esto lo que en muchos casos genera los desequilibrios típicos de nuestro colectivo: confusión en cuanto a la orientación sexual, inseguridad en cuanto a la masculinidad, períodos depresivos, ansiedad... desde luego no es un camino de rosas.

 Muchas hemos intentado luchar contra nuestra condición en vano pero, al final, te das cuenta que lo mejor es ser consecuente contigo misma, aceptarlo y disfrutar de ello rezando por encontrar a alguien comprensivo que comparta tu vida y tendencias sin darle mayor importancia a algo que, en el fondo, no la tiene más que para el resto de la sociedad, todavía demasiado intolerante y poco preparada para aceptar que existe este tipo de personas.

 Hay muchos travestis que, incluso, consideran su travestismo una bendición ya que les da un perspectiva del mundo más completa: visión femenina más visión masculina, así que chicas, lo dicho... ¡a disfrutar!

  

emma del rocío lizana



 

 


 

 

 
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